El estudioso advierte que en Canarias existen unas 900 fiestas populares, muchas de las cuales fueron reconsiderándose en los últimos cincuenta años a partir de la búsqueda de una identidad como comunidad
El teólogo y estudioso de las tradiciones festivas de Canarias, Felipe Bermúdez Suárez, ha dedicado buena parte de su labor investigadora en los últimos diez años a analizar el origen y la transformación que muchas de las fiestas populares han experimentado en el Archipiélago. Precisamente su tesis doctoral, titulada ‘Fiesta canaria’, ha sido reeditada en dos ocasiones. De 74 años, Bermúdez, que es miembro del popular rancho de ánimas de Tiscamanita, un grupo tradicional majorero de música con varios siglos de historia, y gerente de la Fundación Manuel Velázquez Cabrera, estima que “la fiesta es una necesidad vital e irrenunciable de todo pueblo en la que se muestra y se refleja el grado de cohesión y pertenencia a una herencia e idiosincracia cultural”.
En la conferencia ‘Fiesta popular e identidad canaria’ que pronunciará el día 11 de julio, a las 20.00 horas, en el contexto del V Campus de Etnografía y Folklore que se desarrolla en Ingenio organizado por la ULPGC, Felipe Bermúdez se referirá a la fiesta como liturgia, como concepto cultural, como elemento aglutinador de la sociedad, como espacio de renovación y energía.
El estudioso grancanario, que en los últimos años ha trabajado en la investigación de la figura y obra política de Manuel Velázquez, al que se considera el padre de los Cabildos Insulares de Canarias y el defensor de las islas menores, asegura que en Canarias existen unas 900 fiestas populares, “muchas de las cuales fueron reconsiderándose en los últimos cincuenta años a partir de la búsqueda de una identidad como pueblo. ¿Qué relación tienen las fiestas populares con la identidad?”, ese es el objeto de estudio de campo en el que desde una perspectiva antropológica ha estado ocupado Bermúdez en la última década.
“Las fiestas populares forman parte de una realidad cambiante porque la sociedad está sometida a un transformación constante. Siempre me ha llamado la atención la predisposición a la fiesta del pueblo canario, una comunidad desestructurada en la que una notable mayoría de sus miembros padece muchas carencias económicas, sociales y culturales. Me pregunto entonces si la fiesta es un elemento que está ayudando a los pueblos a crecer y progresar, o está operando como una especie de narcótico evasivo y alienante con el que obvian su realidad y entorpece su capacidades para entender y poner en valor su ingenio para revertir su adversa situación”, agrega.
“En Canarias muchas de sus fiestas populares conservan su sustrato en el ritual aborigen como la de La Rama de Agaete, aunque puede admitirse que ésta se trata de una recreación reciente que se desarrolla desde finales del siglo XIX, principios del XX. En La Candelaria pervive el ritual que revive un episodio de la historia de Canarias, con cinco siglos de antigüedad, que simboliza el encuentro de las dos culturas en Canarias: la bereber de los guanches y la occidental, encarnada en la Virgen. Hay otras muchas que conectan con la poderosa influencia que ha ejercido la raíz agrícola y la naturaleza en la comunidad insular. Asimismo, la mayor parte de las fiestas populares canarias tienen un origen religioso debido a la influyente tradición cristiana europea, que se ha visto mitigado con la progresiva secularización de la sociedad”, dice.
El fenómeno de modernización e hibridación que ha experimentado la sociedad de Canarias en las últimas décadas ha amenazado el discurso natural de casi todas las fiestas populares del Archipiélago, aunque el mestizaje cultural de Canarias propiciado por su condición de plataforma atlántica entre continentes, esté patente en muchas de sus celebraciones. “La globalización ha propiciado que nuestras islas se hayan convertido en lugar permeable a todas las corrientes y modas. Hasta hace relativamente pocos años nuestra sociedad era arcaica, rural, tradicional, cerrada sobre sí misma. La trasformación ha sido brutal y acelerada. Somos una comunidad urbana que vive del turismo y ha abandonado la agricultura y la ganadería como modo de vida; ya no estamos obligados a emigrar sino que recibimos a diario a cientos de miles de visitantes”, sostiene Bermúdez.
El estudioso se muestra partidario de que la fiesta se constituya como un puente de ideas y cultura, pero para ello hay que revitalizarla y reinventarla. “Es una buena inversión que aglutina a la gente, la une y cierra las grietas sociales ensanchando los horizontes”, añade. “Las romerías, un fenómeno que está creciendo de manera prodigiosa en las Islas, se han convertido en un simulacro de desfile hacia el santuario; la pirotecnia y los grandes eventos musicales incluidos en los programas controlados por concejalías y Cabildos, ha sustituido al latido popular de las comisiones, asociaciones vecinales y otras colectividades. Ahora, que vivimos en una sociedad de la abundancia, la fiesta parece expresar como nunca esa sobredosis de despilfarro. Como de una amiga intelectual, “hemos sobrevivido a la escasez pero no sabemos si seremos capaces de sobrevivir a la abundancia”. Es importante que el debate de mantener la tradición o abrirse a la innovación se resuelva con acierto. La fiesta es participativa por esencia, pero hoy nos la empaquetan con papel institucional y sólo tenemos que disponernos a disfrutarla”, lamenta. “Esto supone que los políticos aprendan a hacerse a un lado a la hora de organizar las fiestas populares, para dar paso a la comunidad como verdadera protagonista de la misma”.